Si en el 2006, el PRI gobernaba en 28 estados de la República, hoy su suerte política cuelga de dos hilos electorales que podrían romperse en el 2023. Sus dos bastiones históricos, Edomex y Coahuila, ya están en las mira de la marca guinda. Sobre todo el Estado de México, el más suculento bastión de la democracia mexicana.
Todo encumbramiento tiene sus orígenes y todo derrumbe obviamente nombres y apellidos.
En el Partido Revolucionario Institucional, ese que en Tamaulipas preside Edgar Melhem, el riobravense que nunca participó de lleno en la campaña del Truco, y que no fue, sino que lo llevaron por la fuerza de las circunstancias de un dirigente nacional ambicioso vulgar como Alejandro Moreno, el célebre príncipe campechano de la decadencia tricolor.
El PRI nacional de un sujeto ambicioso y anquilosado como Moreno Cárdenas que la jugó mal, enfrentándose torpemente al obradorismo y poniéndose de pechito con sus corruptelas y sus fastuosas residencias en su entidad federativa, ahora gobernada por Layda Sansores de Morena.
Ya un grupo de notables ex dirigentes nacionales del PRI se reunieron con Alito, como una especie de médicos de la política y le diagnosticaron corrupción, soberbia e intolerancia al paciente, renuente a irse de la dirigencia de su partido.
En la información del país se detalla que su mansión campechana es objeto de cateos por parte de las corporaciones policiacas. Aunque lo más grave para el nefasto dirigente tricolor es el juicio de la historia, pues pasará a la posteridad como el gran enterrador de la institución creada desde el poder por el sonorense Plutarco Elías Calles, en 1929.
Aquí, en este punto, hacemos un alto para refutar a quienes afirman que Morena y el PRI son lo mismo. Mienten. Porque el PRI nació entre los mullidos algodones de una naciente monarquía política a inicios del siglo 20. En cambio el Movimiento de Regeneración Nacional, liderado por AMLO, surgió de un viacrucis de resistencia civil a lo largo de 18 años.
Formulada la precisión, volvemos al tema de la actual debacle priista, pero en este caso desde el enfoque tamaulipeco. Es muy probable que ya con el arribo del gobierno de Américo Villarreal Anaya, algunos diputados de este partido pasen a fortalecer las filas morenistas en el Congreso local.
Por ahora, sería conveniente que así como ocurrió a nivel nacional con un grupo de exdirigentes nacionales priistas, exigiéndole cuentas al aferrado Alito, así de la misma manera aquí en la Capital del estado, ya empiecen a pedirle a los dirigentes estatales de este partido que pongan sus barbas a remojar.
Ahí están dirigentes estatales como Oscar Luebbert, Eliseo Castillo, Luis Enrique Rodríguez, Humberto Valdéz Richaud, entre otros, que ya en su momento han fijado una postura crítica hacia la manera como ha sido conducido el tricolor durante los últimos diez años en Tamaulipas.
Hasta el magnicidio del doctor Rodolfo Torre Cantú, el PRI en Tamaulipas fue un partido digno y con decoro. Posteriormente fue humillado desde Palacio de Gobierno, por un sexenio que ya desde antes del 2016 empezó a vestirse con funcionarios ajenos a la entidad.
Posteriormente se dio en automático la entrega del PRI de un vasallaje político al servicio del cabecismo. No hubo pudor ni recato alguno. Ese mismo PRI tamaulipeco que durante muchos años frenó la llegada al poder del panismo más retrograda del norte del país, de pronto lo vimos cohabitando en las alcobas del presupuesto azul.
De manera que así como a nivel nacional, hay mucha tela de donde cortar para enjuiciar políticamente la alitosis o halitosis priista, aquí en Tamaulipas es cuestión de rascarle tantito para evidenciar los jugosos negocios y los oscuros placeres de la complicidad, por parte de una dinastía de prianistas, que en el más lastimoso de los casos, terminaron pasándose al blanquiazul.
El verdadero y auténtico priismo en Tamaulipas tiene la palabra. Los tiempos de la limpia y de la dignificación se acercan.