Estimados lectores, hemos retomado el Tiempo Ordinario dejando atrás la Pascua que se cerró con la Solemnidad de Pentecostés. Y la liturgia dominical nos propone para nuestra reflexión y meditación las siguientes lecturas: la primera lectura de Oseas 6, 3-6, el salmo 49 (Dios salva al que cumple su voluntad), la segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 4, 18-25 y el Evangelio de Mateo 9, 9-13.
La Palabra de Dios en este domingo nos ofrece tres temas de reflexión: el primero sobre el verdadero sentido de los sacrificios, el segundo acerca del del ejemplo de fe que nos ha dado nuestro padre Abraham, y el tercero sobre la vocación de Mateo, quien formará parte de los doce discípulos de Jesús, a quienes les confiará la misión de continuar su obra a favor de los pecadores, los enfermos, los pobres, entre otros. Nosotros desarrollaremos una reflexión solamente sobre el primer tema.
Al final del Evangelio Jesús cita al profeta Oseas 6,6 señalando el culto verdadero que Dios quiere: “Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos”. Sin embargo, en el Evangelio se cambia la palabra amor por la palabra misericordia. Sobre esta expresión algunas personas han pensado equivocadamente que el Maestro dijo: “Yo ya no quiero los sacrificios; a mi lo que me interesa es la misericordia”. De esto hablaremos más adelante.
El libro del levítico en el Antiguo Testamento describe el ritual y las normas para los sacrificios que debía ofrecer el pueblo, ayudado por los sacerdotes, para renovar y fortalecer la Alianza con Dios. Pero esta práctica llegó a un punto donde se da un divorcio entre la fe y la vida, centrando su religiosidad en lo cultual, olvidando el amor y la misericordia para con el prójimo. Por eso dice la primera lectura: “Tu amor es como nube mañanera, como rocío matinal que se evapora”.
Es en este contexto que el profeta Oseas es un ejemplo de los profetas que hacían una fuerte crítica contra un tipo de culto del pueblo judío. Éste problema nace cuando se piensa que ofreciendo sacrificios, siguiendo todas las normas, rezando todas las oraciones, ofreciendo los sacrificios, ya se había cumplido delante de Dios, mientras que en la práctica seguían una vida deshonesta, donde se roba, no se respeta la vida, se miente, etc.
Con la muerte de Jesús en la cruz se vuelven ineficaces todos los sacrificios que el pueblo ofrecía (Epístola a los Hebreos 10,1-10). Ahora los cristianos ofrecerán el único sacrificio de Cristo que renueva la Alianza y borra los pecados. La Eucaristía es llamada el sacrificio por excelencia y la ofrecemos cada domingo al Padre como una oblación sin defecto.
Ahora, podemos decir que no ha desaparecido del todo el aspecto sacrificial de nuestra vida, de nuestras prácticas religiosas. La Iglesia nos invita a practicar el ayuno, a ofrecer nuestros sufrimientos al Señor, a ofrecer las primicias de nuestras cosechas, etc. Sin embargo, Jesús nos recuerda que el corazón de la fe no es el culto sino la misericordia. No se trata solo de conmovernos por las necesidades de los demás sino de pasar del estremecimiento emocional a un cambio y un compromiso concreto en obras de justicia, rectitud y amor al prójimo.
Debemos reflexionar que se redime el pecado no simplemente a través de actos cultuales; éstos ayudan; pero pensar que esto va a reemplazar la justicia que nos toca hacer, es engañarnos. Dios no cancela los sacrificios que podamos ofrecer en nuestra vida, pero ellos deben ir acompañados de una actitud de amor y misericordia hacia los pobres, enfermos, el huérfano, la viuda, el forastero, es decir, aquellos más vulnerables y desprotegidos de nuestra sociedad.
El culto ofrecido en nuestras celebraciones litúrgicas es importante, pero en la medida que va acompañado de una vida de misericordia. Creo que a eso se refiere la Palabra de Dios de este domingo.
Que el Señor nos ayude a no ofrecer ritos, cultos, sacrificios vacíos, que no están unidos a una vida de rectitud y de amor al hermano.
¡Que tengas un bendecido domingo!