Muy apreciado lector, en este décimo noveno domingo del Tiempo ordinario (Ciclo A), la Palabra de Dios nos enriquece con el primer Libro de los Reyes (1Re 19,9.11-13); el Salmo 84 (Muéstranos, Señor, tu misericordia); la carta de san Pablo a los Romanos (Rom 9,1-5); y el Evangelio de San Mateo (Mt 14,22-33). El tema central: en las dificultades y en las pruebas no tengamos miedo, Jesús nos asegura siempre su presencia.
Deseo compartir esta reflexión en tres pequeños apartados:
El contexto. Es importante recordar, que nuestro evangelista Mateo, es un catequista por excelencia, por ello al texto de Mc 6,45-52, Mateo, introduce algunos elementos nuevos:
En Mateo, es la barca la sacudida por el viento, y no los discípulos (como en Mc), teniendo una clara referencia a la Iglesia primitiva, acosada desde el último tercio del siglo I por la persecución romana.
Pedro, ausente en Mc, cobra singular importancia en Mt, ya que él es la cabeza de la comunidad eclesial, la cual muestra tener una fe frágil, llena de miedos y de vacilaciones.
Otra diferencia con Mc, es que el pasaje concluye con un solemne acto de fe proclamando a Jesús como Hijo de Dios.
Así, pues, el relato de la tempestad calmada, contiene una enseñanza dirigida a la comunidad cristiana de todos los tiempos, incluida la nuestra hoy, para que afronte con valentía, como Pedro, el riesgo del encuentro con Jesús; y para que sintiendo siempre su presencia, no vacile ni tenga miedo antes las dificultades que la acosan.
Los miedos, las dificultades y las dudas. Con sinceridad no es fácil responder la pregunta que Jesús le hace a Pedro: ¿Por qué dudaste? Lo cierto, es que hay una enorme distancia en el creyente que profesamos ser y el creyente que en realidad somos.
En contra de lo que muchas veces pensamos, no es malo el miedo que se despierta en nosotros cuando experimentamos una situación de peligro o de inseguridad. En realidad, es una señal de alarma.
Un grito como el de Pedro: “Sálvame, Señor” es un grito que no hace desaparecer los miedos y las angustias, ya que la fe no nos dispensa de buscar soluciones; pero si cambia todo en el fondo del corazón, cuando se despierta la confianza total en Dios.
Ante el miedo, la dificultad y la duda, lo primero es no desesperar ni asustarse, recordemos que la búsqueda de Dios casi siempre se vive en la obscuridad, en la inseguridad y en el riesgo. A Dios se le busca a tientas.
Por ello, lo importante, es saber gritar con Pedro: “Sálvame, Señor” saber levantar nuestras manos hacia Dios; y recordar que Dios es siempre una mano tendida que nadie nos puede quitar. Como repetidamente ha dicho el Papa Francisco, la fidelidad y la misericordia de Dios están por encima de todo.
La verdadera fe. En la práctica de la fe, son muchos, o somos muchos los creyentes que se han o nos hemos sentido a la intemperie, y cuya fe se ha visto y se ve desamparada en medio de una crisis, de una prueba, una enfermedad, una muerte, o de una confusión. Con mayor o menor sinceridad, nos preguntamos: ¿Qué debemos hacer?
Sería un grave error confundir la firmeza de nuestra fe con la mayor o menor seguridad de unas formulas dogmáticas, o con un saber que sabe explicar y argumentar lo que dice, o con una seguridad psicológica que nace de nosotros mismos o de nuestra autoestima o de nuestra formación.
San Mateo, nuestro evangelista catequista, nos ha descrito la verdadera fe al presentar a Pedro caminando sobre las aguas acercándose a Jesús. Así es siempre la verdadera fe. Caminar sobre el agua y no sobre tierra firma. Apoyar nuestra existencia en Dios y no en nuestras propias razones, argumentos o seguridades.
Estimado lector, pido a Dios te bendiga y te conceda todos los deseos y anhelos de tu corazón, además de que nos conceda el don de una fe verdadera. Bendecido domingo, y por favor, no te olvides de rezar por la conversión de un servidor y la de todos los sacerdotes de nuestra iglesia diocesana.