Estimado hermano, en este vigésimo cuarto domingo del Tiempo ordinario (Ciclo A), la Palabra de Dios nos habla con el primer Libro del Eclesiástico (Eclo 27,33-28,9); el Salmo 102 (El Señor es compasivo y misericordioso); la carta de san Pablo a los Romanos (Rom 14,7-9); y el Evangelio de San Mateo (Mt 18,21-35). El tema central: Dios nos ha perdonado mucho, muchísimo, a todos, a cada uno, sin pedírselo nosotros, sin condiciones; en consecuencia, nosotros debemos perdonar a nuestros hermanos sin límites, sin condiciones, puesto que sus deudas hacia nosotros son mucho menores.
Deseo compartir esta reflexión en cuatro pequeños apartados:
El contexto. Como en otras ocasiones del Evangelio, Pedro se convierte en el destinatario de una enseñanza particular de Jesús. A la pregunta sobre los límites del perdón, Jesús le responde que el perdón es ilimitado.
En la parábola todo es enorme y desproporcionado. Primero, las dos deudas: una es inmensa (10,000 talentos, era la mayor cantidad que se podía imaginar, pues 10,000 era el numero más grande que existía y el talento, la medida monetaria más grande); la otra es una cantidad insignificante (100 denarios, la cantidad que un jornalero ganaba en tres meses). Segundo, las dos reacciones, el rey es generoso al máximo, perdona toda la deuda sin que el deudor se lo pida, con un gesto inesperado de compasión; en cambio, en el siervo sin entrañas (antes perdonado) no hay perdón sino violencia, lo agarra por el cuello y lo lleva a la cárcel.
¿Qué significa esta parábola? ¿Cuál es su mensaje? El contraste entre la actitud misericordiosa del rey y la dureza del siervo perdonado es el centro de la parábola. ¿Cómo es posible que alguien a quien le han perdonado una deuda tan inmensa no sea capaz de perdonar una deuda tan insignificante?
En los oídos de quienes escuchan la parábola (nosotros) quedaría resonando la pregunta del rey, que resume la enseñanza de la parábola: ¿No era tu deber tener también compasión de tu compañero como la tuve yo de ti? He aquí el mensaje central: el perdón a los hermanos no es la condición para que Dios nos perdone, sino la consecuencia del perdón de Dios a nosotros, que ha sido previo, incondicional e ilimitado.
Después de esto, si nosotros no perdonamos, es cierto que el perdón previo de Dios no nos vale, porque nuestra falta de compasión significa que no hemos aceptado ese perdón suyo; ni nos hemos transformado, ni hemos adquirido entrañas de misericordia como las de Él.
Así pues, la parábola nos desvela el verdadero rostro de Dios, que sólo sabe perdonar y amar; y entroniza el perdón como base de la comunidad y de cualquier convivencia, junto con el apoyo al débil, la misericordia y la acogida.
El perdón es posible. La insistencia de Jesús en el perdón y la mutua comprensión no es propia de un idealista ingenuo, sino de una realidad. Nadie puede pretender tratar solo con personas perfectas. Hemos de convivir mutuamente con los defectos y las faltas, además de saber perdonarnos si no queremos destruirnos.
El que se cierra a conceder el perdón se castiga a sí mismo; se hace daño (vive en el pasado), aunque no lo quiera. El odio es como un cáncer secreto que corroe a la persona y le quita energías para rehacer de nuevo su vida.
Cuando una persona logra liberarse del odio, reconciliarse consigo misma y recuperar la paz, la vida puede comenzar de nuevo. Y si la persona es creyente, en el interior mismo de su perdón, puede intuir lo que, tal vez, nunca había descubierto: el perdón total, la ternura inmensa con la que Dios nos envuelve y nos sostiene día a día a todos.
Sentirse perdonado. La parábola de Jesús, también nos recuerda que la experiencia del perdón es una experiencia humana tan fundamental que quien no reconoce el gozo de ser perdonado corre el riesgo de no crecer como persona. Quien nunca se ha sentido comprendido por Dios, no sabe comprender a los demás.
Quien no ha gustado su perdón entrañable corre el riesgo de vivir sin entrañas, como el siervo de la parábola, endureciendo cada vez más sus exigencias y negando a todos la ternura del perdón. Quien olvida lo mucho que a él le perdonan, se vuelve duro de corazón con los demás.
Sólo quien tiene la experiencia de sentirse perdonado por Dios y por los hermanos sabe la importancia del perdón para la convivencia, el crecimiento humano y el gozo de la Buena Noticia.
La importancia social del perdón. No es nada fácil escuchar la llamada de Jesús al perdón ni sacar todas las implicaciones que puede tener el aceptar que una persona es más humana cuando perdona que cuando se venga.
Sin duda, hay que entender muy bien el pensamiento de Jesús. Perdonar no significa ignorar las injusticias cometidas, ni aceptarlas de manera pasiva o indiferente. Al contrario, si uno perdona es precisamente para destruir, de alguna manera el espiral del mal, y para ayudar al otro a rehabilitarse y actuar de manera totalmente diferente en el futuro.
En la dinámica del perdón hay un esfuerzo por superar el mal con el bien. El perdón es un gesto que cambia cualitativamente las relaciones entre las personas y obliga a plantearse la convivencia futura de una manera completamente nueva y diferente.
Estimado hermano, pido a Dios te bendiga y te conceda todos los deseos y anhelos de tu corazón, además de que nos conceda el testimonio del perdón. Bendecido domingo, y por favor, no te olvides de rezar por la conversión de un servidor y la de todos los sacerdotes de nuestra iglesia diocesana.