Todos en algún momento nos hemos sentido alagados por alguna invitación, a una fiesta, o nos sentimos ofendidos si alguien a quien apreciamos mucho, no nos invita a la fiesta o ese evento importante que ha organizado. Pero siempre es placentero recibir la invitación, y más cuando sabemos que es una gran fiesta, hacemos lo posible por asistir.
El día de hoy este pasaje evangélico, nos muestra un símbolo importante con la imagen del banquete, después de habernos mostrado el símbolo de la viña, el texto que escuchamos el domingo anterior, pues esta imagen que nos presenta es una de las imágenes fundamentales en la teología bíblica.
Recordemos la pedagogía clara y concreta de Jesús al utilizar estos símbolos para dejarnos clara una enseñanza para nuestro diario vivir. También descubrimos el gran amor de Dios a hacia cada uno de nosotros, con cuanto amor prepara el banquete para que lo disfrutemos, y muchas de las ocasiones lo rechazamos por cualquier preocupación.
Primeramente, podemos hacer alusión al banquete que celebramos por medio de la eucaristía, y a la cual todos somos invitados, todos los días si es posible y de no ser así por nuestras ocupaciones diarias, cuando menos cada domingo se nos invita a esa gran fiesta en la que nos reunimos como familia de Dios y Jesús se nos da como alimento.
De esta manera al asistir al banquete de la misa, nos fortalece y nos anima para el gran festín de manjares suculentos, que es la vida eterna y al cual todo sin excepción somos invitados especiales, solo que al igual que en nuestra vida cuando invitamos o nos invitan, no nos obligan a acudir, ni tampoco obligamos a nadie para que asista.
Así también Dios respeta nuestra decisión, nos insiste constantemente pero no nos obliga ni nos ruega cuando le ponemos pretextos para asistir, y eso lo vemos de una manera muy común y ordinaria cada día. Hoy nos podemos preguntar ¿qué pretextos pongo yo para participar al banquete de la eucaristía de la cual soy invitado especial?
Porque, así como los invitados del evangelio, podemos llenarnos de pretextos para no asistir y uno de los principales es tal vez que no tengo tiempo, de verdad será eso cuando el dueño del tiempo es Dios, y el tiempo mejor invertido es el que compartimos Él. Otro pretexto puede ser que sea mi único día de descanso, y ocuparé mi tiempo para realizar actividades que durante la semana por mi trabajo no he podido realizar.
Así hay un sin número de pretextos, otro más es que la eucaristía es muy aburrida, pero es porque no le damos el lugar y la importancia que merece, ni hemos sido capaces de entender el valor tan maravilloso que tiene el participar en ella, y sobre todo en su totalidad, no solo alimentándonos de la palabra de Dios, sino también del cuerpo y la sangre de Jesús.
Por eso Jesús nos menciona el traje de fiesta, es decir su gracia, cuando asistimos a un festejo, tal vez no llevemos ropa muy elegante, pero si decente y limpia para no apenarnos con los demás invitados que van tal vez elegantemente vestidos, por eso es importante que procuremos ir a la eucaristía en gracia y disfrutar del banquete de la palabra de Dios y del banquete de la comunión.
De nada serviría una fiesta y no comer del banquete que ofrecen, tal vez quien nos invitó se incomodaría, pensemos cual será la reacción de Jesús al ver que muchas veces participamos, solo en parte en su gran fiesta, pidámosle a Dios que procuremos responder a su invitación, y disfrutarla aquí en la tierra y luego participar plenamente de su festín suculento en la vida eterna.
Recuerden que Dios sin nosotros sigue siendo Dios, pero nosotros sin él somos nada.
Su atento servidor y amigo, Padre Lolo.
PBRO. JOSÉ DOLORES MUÑOZ TRUJILLO