Estimados lectores, les saludo con el gusto y el cariño de siempre
La Liturgia de este IV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B nos propone los siguientes textos para la meditación: Deuteronomio 18,15-20, el Salmo 94 con el estribillo “Señor, que no seamos sordos a tu voz”, 1ª carta de San Pablo a los Corintios 7,32-35, y finalmente Marcos 1,21-28. Desde estas lecturas les propongo la siguiente reflexión:
Contexto del Evangelio: nos encontramos en el primer capítulo del Evangelio de Marcos quien en el pasaje de hoy nos relata el primer “milagro” de Jesús. Pero para comprender mejor el mensaje, es conveniente recordar lo sucedido anteriormente. Había anunciado la llegada del Reino de Dios y había llamado a los primeros discípulos. Por lo tanto, el exorcismo realizado es expresión de la presencia del Reino entre nosotros y de un apostolado que dejará a sus discípulos para que lo continúen.
La presencia del mal en el mundo y en la vida del hombre. El relato nos narra la curación de un hombre poseído por un espíritu inmundo, un endemoniado. Jesús tiene autoridad para sanarlo, para devolverle su dignidad, para reestablecerlo en la comunidad. Ante este hecho la gente que ha presenciado todo se pregunta: “¿Qué es esto?” Marcos intentará responder a esta pregunta. Esto es una manifestación de que el Reino está entre nosotros, ha llegado.
Podemos encontrar muchas explicaciones sobre el mal. Nosotros podemos tener nuestra propia concepción, pero lo que nos muestra el Evangelio es que la presencia de Jesús significará una derrota definitiva del mal, pero no mágicamente, no en un chasquido de dedos, sino que implica nuestra conversión efectiva, eficaz, definitiva y nuestra participación. Por eso en el Salmo hemos respondido “Señor, que no seamos sordos a tu voz”, porque sólo reconociendo en Jesús al Salvador, al Hijo de Dios, al Mesías, que en la cruz derrotó el pecado y al mal, comprenderemos todas sus enseñanzas.
Mientras no relacionemos toda la vida pública de Jesús narrada por los Evangelios como una victoria anticipada que se sellará en la Cruz, estaremos viviendo una fe infantil, una fe pobre, una fe no madura. Por medio de sus obras, como la liberación del mal, viene a devolvernos la humanidad perdida, a darnos la dignidad original perdida. Su Palabra contiene un anuncio que libera del mal.
La siguiente pregunta que nos debemos plantear es “¿Quién es éste?” Y el Evangelista Marcos no quiere que respondamos como el espíritu inmundo, que respondió correctamente. Para poder decir que Cristo es el Santo de Dios debemos hacerlo en un camino de discipulado. No basta saber intelectualmente quién es, sino que debe pasar por la fe y por la experiencia eclesial. No basta, diría una teóloga, “proclamar verdades porque sería propaganda ideológica”. El Reino es aceptar a una persona y sus palabras, es entrar en un seguimiento de discipulado, y es practicar una forma de vida.
Finalmente, en el Evangelio según San Marcos, encontraremos en el capítulo 15 el testimonio de un capitán romano que al contemplarlo en la cruz exclama “Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios”. Las palabras de los demonios expulsados por Jesús eran “propaganda demoniaca”, palabras huecas. Este es el peligro del cristiano, del predicador, y el peligro de la Iglesia, decir palabras y ejecutar hechos que no logran ser liberadores. Lo lograremos en la medida que comprendamos que Jesús es más que un profeta. Es nuestro salvador.
Que Dios nos conceda responder con nuestra vida la pregunta de Marcos (¿quién es Jesús?) y que nos ayude a reconocer que desde la cruz habla con autoridad y vence definitivamente el misterio del mal.
Que tengas un bendecido domingo.
José David Huerta Zuvieta, Pbro.