La cercanía, la compasión y la ternura, indican el ser de Dios
Estimado hermano, en este sexto domingo del tiempo ordinario (Ciclo B), la Palabra de Dios nos habla con el Libro del Levítico (Lev 13,1-2.44-46); el Salmo 31 (Perdona, Señor, nuestros pecados); la primera carta de san Pablo a los Corintios (I Cor 10,31-11,1); y el Evangelio de San Marcos (Mc 1,40-45). El tema central: Dios nos “toca” para derribar toda barrera que nos impide vivir la relación con Él, con los demás y con nosotros mismos.
Deseo compartir esta reflexión en seis pequeños apartados:
El contexto de la Ley. Según los libros de Levítico (13,45) y Números (5,1-14; 12,10-15) el leproso era el marginado y segregado por antonomasia. Perdía todos sus derechos de ciudadanía y los religiosos. Era considerado un muerto en “vida” contra el que se manifestaba el juicio de Dios: era un pecador.
Se le impedía entrar al pueblo, teniendo que andar siempre a las afueras, viviendo a la merced de la compasión de los demás, que más bien, era muy escasa. Al ser estigmatizado como una amenaza para la comunidad, la soledad, el rechazo, el oprobio y el descarte, acentuaban su sufrimiento. No se podía relacionar con nadie.
Así entonces, curar un leproso, prácticamente era como resucitar a un muerto; solo Dios podía hacerlo (Núm 12,10-15). Y sólo el sacerdote podía declarar ritualmente puro a quien había sanado de la lepra, admitiéndole oficialmente a la comunidad (recuperaba sus derechos ciudadanos y religiosos).
Por otra parte, quien entraba en contacto con un leproso también quedaba impuro y no podía reunirse con el resto de la comunidad mientras no se hubiera purificado. Habiendo explicado un poco el contexto de la Ley, acerquémonos al pasaje:
La “humilde petición” o la transgresión del leproso. No obstante, las prescripciones de la Ley, el leproso rompe su ‘aislamiento’ y se acerca a Jesús y de rodillas le suplica: “Si Tú quieres, puedes curarme”.
Aunque su enfermedad era considerada un castigo divino, el leproso ve en Jesús un nuevo rostro de Dios, no el Dios que castiga, sino el Padre del amor, que con su cercanía, compasión y ternura libera del pecado y no excluye a nadie de la misericordia.
El leproso sabe que en Jesús puede salir de su ‘descarte’, de su ‘soledad’ y ser reintegrado, pues Dios siempre quiere habitar en el corazón del hombre (oración colecta).
La “compasión” o la transgresión de Jesús. Ante la humilde petición del leproso, Jesús no repara en tocar lo intocable. La ley prohibía tocar a los leprosos, pero Jesús no se limita a la palabra, lo toca, lo cura.
Tocar con amor significa establecer una relación, entrar en comunión. Con ello, Jesús nos muestra que Dios no es indiferente, no hace ‘distancia de seguridad’ sino que se hace sumamente cercano con tanta ternura y misericordia que restaura la vida de toda persona. Dios nos “toca” para derribar toda barrera que nos impide vivir la relación con Él, con los demás y con nosotros mismos.
También le da un doble mandato al que era leproso: que ofrezca el sacrificio prescrito para que les conste a los sacerdotes (que está curado y pueda ser reintegrado) y por otro lado que guarde secreto sobre lo que ha hecho con él (curarle tocándolo).
La nueva realidad: del que era leproso y de Jesús. El que era leproso divulga a voces lo ocurrido y eso trae como consecuencia la marginación de Jesús: “ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo”. Legalmente, Jesús había quedado impuro y no tenía intención de purificase. ¿Lo necesitaba? Obviamente que no.
Sin embargo, Marcos dice que acudían a Jesús de todas partes; así se vuelve a remarcar que la gracia, la cercanía, la ternura y la misericordia de Dios están en Jesús. Esto, obviamente se convirtió en otra provocación más para las autoridades religiosas de aquel tiempo, que todo lo limitaban al Templo o la Sinagoga.
Por otro lado, el ex-leproso se convierte en un testigo y en un pregonero de la bondad de quien le ha curado. Y aunque esto por ahora sea contrario al mandato recibido, su gesto es positivo, pues resalta que el Reino de Dios ha quedado abierto a los excluidos.
¿Quiénes serán hoy los nuevos leprosos? En la sociedad de hoy son múltiples los nuevos leprosos, a quienes se les descarta, se les rechaza, se le niegan sus derechos de ciudadanía y religiosos, por ejemplo: a los migrantes, a los enfermos, a los ancianos, a los no nacidos.
¿Yo mismo puedo ser el nuevo leproso? ¿Permito que Jesús que no tuvo reparo en tocar y curar al leproso, toque mi vida, mi corazón, mis proyectos y me re-integre a una vida digna y normal? ¿Le pido a Jesús que derribe toda barrera que me impide vivir la relación con Él, con los demás y conmigo mismo?
Hagamos nuestra la compasión de Jesús, la cercanía y la ternura de Dios. El leproso se acerca a Jesús con confianza: “Si Tú quieres, puedes curarme”; Jesús se acerca y lo toca con su mano. Jesús se hace prójimo, hace suyos el dolor del otro.
“Sí quiero. Sana” Limpiándolo le cura el cuerpo físico y lo reincorpora al cuerpo social. Su compasión nos recuerda que la cercanía, la compasión y la ternura son el ser de Dios.
Estimado hermano, pido a Dios te bendiga y que, con su gracia, al igual que al leproso nos permita ser testigos de su compasión. Recuerda, que el próximo miércoles es miércoles de ceniza, y con ello empezamos el tiempo de la cuaresma. Bendecido domingo, y por favor, no te olvides de rezar por la conversión de un servidor y la de todos los sacerdotes de nuestra iglesia diocesana.